Para hablar de libertad, qué mejor que comenzar por sus limitaciones.
Que mejor sitio que una prisión, pero como todos sabemos hay muchos tipos de
rejas. ¿O acaso no es una limitación la firma de una hipoteca? Más los gastos de
una familia, letra de coche, luz, agua, IBI, basura, comunidad, comida y otros. Y
todo ello, pagándolo con un sueldo después de trabajar 70 horas semanales,
como en el caso de los taxistas u otros trabajos de hostelería; siendo en muchos
casos, trabajos que no gustan. Además, llegado el día de descanso, nos debemos
a la familia, que no siempre ni en todos los casos nos hacen felices, debido a una
elección de pareja por dependencia afectiva o enganche emocional, que no
desde una realización personal suficiente y madura.
Esto en el mejor de los casos. ¿Cuántas personas se hallan de alquiler o
después de separarse viviendo en casa de los padres? Con la obligación de pasar
la manutención y el pago de la vivienda, no quedándole suficiente para
independizarse. También encontramos personas que no pueden ir a reagruparse
con sus seres queridos por temas burocráticos. ¿Y las limitaciones de una
persona en silla de ruedas? Esa persona que vive en una vivienda sin ascensor y
lleva años sin pisar la calle, o esa mujer presa de su marido maltratador, que le
da miedo hasta opinar, debido a la reacción que pueda tener el susodicho.
Las que se hayan alojadas en el cuerpo con sexo “erróneo”, ¿No es acaso
una prisión aun mayor? ¿Y las personas tetrapléjicas, o las que viven sin los
recursos mínimos para subsistir y con falta de medicamentos?
Dejando los grandes dramas y volviendo a lo mundano, podemos decir
que antaño los esclavos se ataban con grilletes; en la actualidad, en una sociedad
“libre” y democrática como la nuestra, los grilletes son dorados, y a veces con
brillantes. Como pueden ser lujos al límite de nuestras posibilidades, aunque
para ello renunciemos a compartir tiempo con la familia.
Desde los descubrimientos del psicólogo estadounidense John Broadus
Watson, fundador de la escuela de psicología conductista, conocido por los
experimentos al pequeño Albert, nos inducen al sistema de consumo,
impidiéndonos la capacidad de raciocinio como individuos independientes. De
ahí su famosa frase, anulando al individuo: “Dame una centena de niños sanos,
bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos
al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo:
médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón,
prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y
raza de sus antepasados”. John B. Watson
Este señor se percató de que si relacionamos un objeto con un estímulo
aversivo, se produce un condicionamiento que además luego tiende a
generalizarse, sucediendo de igual forma a la inversa, al relacionar un objeto con
un estímulo apetitivo. Como luego hizo Watson cuando lo incorporó a la
empresa, al vincularse laboralmente a la agencia de publicidad Walter
Thompson, desarrollando programas masivos con estos principios de
reacciones emocionales condicionadas, para multinacionales como la General
Motors y Johnson Baby.
Usó a mujeres atractivas para ponerlas junto a los grandes coches de la
marca, en carteles publicitarios, multiplicándose las ventas. Percatándose a su
vez, del poder del sexo y de cómo el instinto de procreación, de continuar la
especie, es de lo más impulsivo, anulando cualquier capacidad de raciocinio
consciente. Con ello pudieron comprobar cómo con este tipo de psicología se
podía manipular a la masa y de cómo en la actualidad sigue funcionando. ¿O por
qué en las facultades y desde las empresas y gobiernos se hace hincapié en
seguir la línea científica demostrable de la psicología cognitivo conductual? Es
una inversión que se rentabiliza, controlando al pueblo. En el fondo es una
maniobra de la mente dual. En cambio, las terapias humanistas son rechazadas
por las instituciones académicas y científicas, ya que lo que buscan es la libertad
del individuo, el empoderamiento de su propia vida, la autenticidad que hay en
cada uno de nosotros; y esto al poder le da miedo, lo que interesa es que seamos
maleables y controlables.
Me viene el recuerdo de una consultante con su hijo. Esta pretendía que
manipulase a su hijo para que dejase a la novia, que según ella le estaba
haciendo mal. La verdad es no tengo claro cuál de las dos le hacía más daño, si
la madre o la novia. El problema para su hijo era que la madre pagaba la
consulta; por lo tanto, acabaron las sesiones con aquella primera visita. Le
expliqué que su hijo debe aprender por sí mismo y tomar sus propias decisiones.
Como cuando comenzó a caminar. ¿Ella lo hacía por él? Le expliqué que no hay
error en los aprendizajes, que el niño necesita caerse para aprender, que le
tenemos que dar su espacio. La tendencia al control de muchos padres impide
crecer a sus hijos y tomar las decisiones por sí mismos, que son siempre las más
apropiadas.
Volviendo al ejemplo inicial de las cárceles, podemos decir que los
reclusos, que no quiere decir que sean todos, son consecuencia, de este sistema
manipulativo. ¿O quizás han elegido nacer en un barrio marginal y en una
familia sin medios? El sistema necesita víctimas, necesita el estímulo aversivo
para poder enseñar al resto, para mostrar lo que les ocurre a los que no cumplen
las normas. Al igual que utilizan la recompensa en los condicionamientos para
el consumo, utilizan el castigo para imponer el control sobre los que no quieran
o no pueden aceptar las normas. ¿O piensan que de verdad quieren
rehabilitarlos? Además de ser víctimas de su entorno, siendo en algunos casos
los más nobles del grupo, y están ahí por cumplir unas reglas dentro de los
subgrupos y no delatar de los principales responsables.
La libertad real es un acto de empoderamiento interno, es una decisión
personal e individual que no depende del contexto donde nos hallemos; eso tan
solo lo condiciona, pero no lo impide. Como hemos visto, tan sólo nos separan
grados en los límites de libertad, sean estos económicos, físicos o mentales.
Siempre habrá límites externos mientras estemos en este plano. La verdadera
libertad se adquiere y comienza con la rendición, aunque suene raro. La
rendición no implica resignación. Esto es rendirse a lo que es y no puede ser
cambiado, el mayor acto de libertad que puede hacer un ser humano, es la
aceptación, dando paso con ello al presente, vivir el aquí y ahora, no desear estar
en ningún otro sitio, ni en ninguna otra situación, que en la que nos
encontremos. Parafraseando a Confucio: “Dios dame paciencia para aceptar lo
que es y no puede ser cambiado, el valor y la fuerza para cambiar lo que
podemos y debe ser cambiado, y la sabiduría necesaria para discernir entre
ambas”.
Tenemos que analizar cuáles son las circunstancias de nuestra vida
inamovibles, al menos en ese momento. Si estamos en la cárcel, como es el caso
que hemos elegido no podremos elegir cualquier lugar. Lo que sí podemos elegir
es la forma en la que ser y estar; incluso allí, hay cierta capacidad de
movimiento. Podemos elegir entre: “estar en la biblioteca invirtiendo el tiempo,
leyendo, y liberando la mente” “o lamentarme de lo que no puedo hacer”.
Vamos a celebrar y a realizar lo que sí podemos hacer, como por ejemplo hacer
deporte, aprender una profesión, estudiar una carrera o un módulo, etc. Con
ello ampliaremos nuestro horizonte para que una vez fuera tengamos más
posibilidad de realización; y sobre todo, para no volver a ser presa del sistema,
“tenemos que estar en él, sin pertenecerle”. Somos miembros de un sistema, el
cual es bastante disruptivo, de ahí la importancia de estar en él sin pertenecerle,
ser una flor del loto. Como dice Fito en su canción: “lo que realmente le interesa
son las flores que crecen en el barro”.
Es como el dolor, si nos resistimos a él, nos lleva al sufrimiento, si lo
aceptamos y transmutamos, al menos no pasa de ahí. Es cierto, que si sobrepasa
nuestro umbral, nuestro límite y presencia, pasará al modo mental, entraremos
en el sufrimiento, de alguna forma y/o medida nos hemos resistido a lo que es.
La libertad y la realidad se hallan al otro lado del miedo, cuando se
transciende la mente para habitar el presente. Estar en la mente a través del
futuro o el pasado, no es real, no existe. El pasado nos genera por lo general
depresión y añoranza; y el futuro ansiedad, por los miedos que nos generan
posibles situaciones futuras. Al igual que los miedos y deseos nos anclan a la
mente, a la irrealidad, son los dos instrumentos principales que nos hacen salir
de la presencia. La mente genera estados temidos o añorados para así no perder
su poder. Lo podemos simplificar todo a miedo. Esta es la emoción suprema en
el mundo dual, ya que debajo de todo deseo existe una carencia y esta proviene
del miedo a no tener.
También nos genera estados eufóricos o depresivos, nos lleva de un
estado a otro, mareándonos, para tenernos atrapados, ni ella misma, la propia
mente, sabe a dónde ir. Es como el perro cachorro, que ni come ni deja comer.
Le da miedo perder el poder, no llevar razón, miedo a no ser, “detrás de todo
ello, se esconde el miedo a la muerte”. No a la muerte física, si no a la muerte
del ego, “que es lo que muere llegado el momento”, la muerte de lo ficticio, de lo
que creemos ser, ese constructo mental, artificioso e ilusorio, ya que la muerte
como tal no existe.
Ese es el acto: el no acto, para ser y estar en uno mismo, sin enjuiciar. En
el momento que dejamos de valorar las situaciones como positivas o negativas,
dejamos de ceder el poder a la mente. Culpabilizar a otros, mirar hacia fuera
para huir de lo que somos en esencia. Una vez ahí, todo encaja, lo que ocurre
tiene un sentido que desde la mente dual no alcanzamos a discernir. La vida son
sincronicidades que nos llevan al despertar, aunque sea a través del sufrimiento,
a través de llevarnos a nuestros límites para que demos el salto, el gran salto
hacia la libertad, hacia ser lo que somos y nunca dejamos de ser.
Cuando la vida nos pone al límite, es una oportunidad de crecimiento. En
el mismo corredor de la muerte, en esos momentos que el ser humano no tiene
escapatoria, son verdaderas oportunidades. O si nos diagnostican un cáncer
irreversible o tenemos un accidente con una experiencia cercana a la muerte,
son los momentos de mayor oportunidad. Si mantener la presencia en
condiciones de tensión cotidiana nos resulta difícil. Las situaciones extremas
que he descrito antes nos resultarán más difíciles, pero también es cierto que
son grandes saltos. La posibilidad de rendición y aceptación es mayor y más
clara. No depende de nosotros, se escapa a nuestro control, no tenemos otra
opción que elegir entre la aceptación o el sufrimiento.
Es como cuando nos hundimos en una piscina o en el mar. Si no llegamos
a tocar fondo, difícilmente podremos coger el impulso que necesitamos para
subir, además de no saber dónde estamos, ni la dirección en la que ir.
Necesitamos tocar fondo para coger impulso y saber en qué dirección está la
superficie. Con lo cual, a mayor grado de dificultad, mayor será la recompensa y
el crecimiento.
La dualidad se mueve por el miedo, es el motor del mundo actual. En
cambio, la conciencia se mueve desde y para el AMOR. Si quieres seguir ahí,
adelante, toma tus decisiones desde el miedo. Sólo tienes que encubrirla con
palabras como: prudencia, seguridad, estabilidad, sensatez y otras palabrejas
similares que te mantendrán en la creencia de que estás haciendo lo más
adecuado. Más aún, si le pides consejos a tus seres queridos; estos te procurarán
lo menos arriesgado para ellos estar tranquilos de sus miedos. La mayoría
suelen proyectar sus miedos sobre los otros. No es agradable ver nuestras
cobardías, así que mejor meter miedo para que tú no hagas lo que ellos no se
atrevieron a hacer, “seguir sus sueños”.
“Cuando quieras emprender algo, habrá mucha gente que te dirá que
no lo hagas; cuando vean que no pueden detenerte, te dirán cómo tienes que
hacerlo y cuando finalmente vean que lo has logrado, dirán que siempre
creyeron en ti”. Anónimo.
Si quieres VIVIR, si realmente quieres NACER, toma las decisiones desde
el corazón, desde el AMOR. Haz lo que sientas desde adentro, las derrotas son
menos dolorosas y más dignas si la “sufrimos” con la certeza de saber que
estamos donde debemos y queremos estar, desde esa paz y serenidad de SER.
Esa certeza que te da hacer lo que dicta el corazón.